Blanca Cecilia Botero: ¡Vuela como un ave cósmica!
Por: Juan Fernando Pachón Botero

@elmagopoeta

En apariencia lucía tan frágil y mansa como la hoja de otoño que yace a merced del soplo del viento, pero tras aquella delicada envoltura subyacía una mujer valiente, tan dura y resistente como el diamante más puro. Su menuda y descarnada silueta contrastaba con su férrea voluntad y determinación de acero. Los que bien la conocimos podemos dar fe de la formidable fuerza interior y tenacidad inquebrantables que le acompañaron, aun en los eventos más crudos y en los escenarios más inhóspitos. Dotada de una perseverancia y disciplina a prueba de tempestades y mares bravíos, fungió como la gota de agua que horada y penetra hasta la roca más compacta. Sin embargo, era de lágrima fácil y se conmovía incluso con los más sutiles detalles, donde otros simplemente hubieran pasado de largo.

El médico que la atendió en el pabellón de urgencias de la Clínica Sagrado Corazón, portador de la infausta noticia, no podía dar crédito al hecho de que aún estuviera en pie de guerra. «Es increíble que una persona de su crítica condición todavía conserve semejante aplomo y dignidad”, sentenció el galeno. He aquí resumida su extraordinaria fortaleza. Sólo una mujer de su entereza y estatura moral fue capaz de emanciparse del caos dictatorial que impone una enfermedad letal, símbolo elocuente de un coraje ajeno a toda lógica. Tan sólo unas horas antes de su visita al centro hospitalario había acudido a su odontólogo de cabecera para que le fuera puesto un diente, y luego hasta tuvo el ánimo para otorgarse una pequeña licencia gastronómica: una pizza, inusual antojo dada su rigurosa dieta. Y como si fuera poco, la primera noche (de dos) de hospitalización practicó yoga en su lecho, sumida en una placidez conmovedora, rememorando sus épocas más felices. Ya nuevamente en su residencia, sobrellevó con estoicismo sus últimos días.

Dueña de una paz espiritual capaz de conjurar embestidas del destino y pozos existenciales, su vida transcurrió entre la meditación, la sana alimentación, las sobrias costumbres, las misas del alba, el deporte y los sencillos placeres. De vena aventurera, recorrió un sinnúmero de países en varios continentes: España, Italia, Francia, India (de lejos, el más querido), Indonesia, Argentina, Brasil, Chile, Perú, Paraguay, México, EEUU, fruto de la eficiente gestión de sus finanzas y su avidez de nuevas experiencias. A pesar de no contar con un sólido capital, más allá de sus gastos austeros, su mano generosa siempre buscó favorecer a los más desvalidos y necesitados. Fue amiga incondicional y fiel escudera de las clases más humildes, de los más pobres, del mendigo de pies descalzos, del bobito que celebra misas profanas, del señor de los helados hechos en casa, de la viejecita que vende buñuelos. Como era apenas obvio, muchas veces fue asaltada en su buena fe, pues su falta de malicia e ingenuidad extrema conspiraron en contra suya. En cualquier caso, ese desprendimiento y don de gentes le valieron el respeto y la gratitud de propios y extraños, que de seguro echarán de menos su calidez y probada nobleza.

Obstinada en sus puntos de vista y apreciaciones, discreta en el uso de la palabra, independiente a ultranza y dadivosa sin esperar nada a cambio, el rumbo de su existencia siempre estuvo marcado por la libertad de sus actos. A falta de un vínculo conyugal al cual entregar su energía inagotable y haciendo gala de su insaciable sed de conocimiento, buscó refugio en la academia y culminó con éxito tres carreras: dificultades del aprendizaje escolar, gerontología y teología. Disfrutaba de la soledad y el silencio, de cuyas fuentes bebía durante largos periodos, procurando sacar el máximo rédito a sus aventuras del alma. Educada en el seno de una familia católica y de acentuada tendencia conservadora, hallaba sosiego en el poder del ahora, en la grandeza de las cosas pequeñas, en su callada labor filantrópica. Ya en la intimidad de su hogar, solía zambullirse en las aguas calmas de la reflexión y las profundas cavilaciones del ser, cuyo rocío de gotas frescas aliviaba sus pensamientos, a la manera de un bálsamo sanador. Su inteligencia emocional y sus hábitos frugales le permitieron sobreponerse a las más duras y azarosas pruebas. Fue así como derrotó un lupus diagnosticado en su juventud.

Supo dejar una huella imborrable en El Santuario, municipio enclavado en las escarpadas y gélidas montañas del oriente antioqueño, mismo que la vio nacer y urdir sus primeras e inocentes pilatunas de infancia, y que durante gran parte de su vida la acogió como una de sus hijas pródigas. En sus angostas y bucólicas calles forjó lazos cordiales con sus paisanos, derramando trazos de su excepcional calidad humana, brindándose irrestrictamente, sin discriminar credo, raza o bandera política. Allí, lustros atrás, fundó y lideró, inflamada de ardorosa pasión, la Casa del Adulto Mayor, institución que usufructuó su empatía y entusiasmo hacia la causa de los ancianos desamparados. Fue un apostolado genuino y desinteresado, digno de su talante altruista. Estaba tan comprometida con su vocación de servicio a la comunidad que hasta optó por llevarse a vivir con ella a su morada de soltera, en las afueras del pueblo, a un pintoresco personaje de rostro bondadoso, andar cansino, rústica silueta, bastante entrado en años y de corto entendimiento, arquetipo del imaginario felliniano, el cual hacía las veces de mayordomo y guardaespaldas personal, al mejor estilo de un cuento macondiano. No me cabe la menor duda de que tanto sus contemporáneos como las nuevas generaciones la habrán de recordar con inmenso cariño. Testimonio de ello: el espléndido arreglo floral (presente que recibió entre lágrimas de alegría) que le fue enviado recientemente a su casa, ubicada en el ancestral barrio Buenos Aires de Medellín, por expresa orden del actual alcalde de El Santuario, Juan David Zuluaga, sabedor de sus amargas y difíciles horas.

Postales que nos deja para el recuerdo: Su impericia, disfrazada de prudencia exacerbada, al volante de su Renault 4 modelo ochentero, en cuyo interior llegó a alojar una jauría de hasta diez pequeñas fieras, entre sobrinos y vecinitos entrometidos, expectantes al paseo dominical: tres vueltas a la manzana. Su destreza en el tenis de mesa, deporte que le significó varios trofeos y medallas empresariales, logros que ostentaba con orgullo sobre un viejo escaparate de madera. Su mirada límpida y su sonrisa franca, como esbozada por un pintor renacentista, la cual exhibía incluso en las más adversas circunstancias. Su postura fundamentalista en los asuntos nutricionales, aunque en su última etapa relajó un poco la dieta, otrora netamente vegetariana. Su monolítica postura, convertida casi en cruzada personal, respecto a los beneficios milagrosos de la orinoterapia. Sus experiencias surrealistas (contadas por ella misma con lujo de detalles), casi al borde de la epifanía, en torno a sus prácticas de purificación vipassana. Su gusto moderado por la cerveza y de cuando en vez por alguna que otra bebida espirituosa, digamos un aguardiente doble, dando lugar a sus deliciosas ocurrencias, bajo el influjo de una especie de éxtasis místico. El santo y seña infalible que indicaba unas copas de más, ¡su alumbramiento etílico!, se daba justo cuando clavaba sus afiladas uñas sobre la cabeza del desprevenido sobrino de turno, en una suerte de extraño ritual entre masaje terapéutico y castigo escolar de otro siglo. Ganesh, su pequeña y encantadora boutique, inspirada en la deidad de la abundancia y la prosperidad de la mitología hindú: ¡su más entrañable emprendimiento! Su encendida devoción a Fernando Londoño, su faro en cuestiones políticas e ideológicas, cuyo programa radial: La Hora de la Verdad, sintonizaba religiosamente todas las mañanas. Por último, las maratónicas jornadas lúdicas de vacaciones en las Empresas Varias de Medellín, a la sazón su lugar de trabajo, donde nos llevaba a los sobrinos mayores a ver las reses camino al matadero y a jugar fútbol en sus potreros convertidos en canchas de arenilla; corríamos como potros indomables hasta que el Sol se ocultaba sobre el horizonte. En fin, fueron tantos los bellos momentos que nos regaló para la posteridad que resulta imposible recopilarlos todos en esta breve semblanza.

No alcanzan las palabras para expresar el hondo dolor que embarga a la familia. Su intempestiva partida hiere como un puñal que se clava en el corazón. Sin embargo, la mejor manera de honrar su memoria, de rendirle un sincero tributo, es preservar su legado y perpetuar su imagen de mujer buena; evocarla con gran regocijo. A menudo expresaba no temerle a la muerte, pues anhelaba ascender a un estrato superior, evolucionar hacia una capa espiritual más elevada. Su desapego a los bienes materiales y su ejemplar estilo de vida, de seguro le habrán de facilitar su tránsito hacia aquella dimensión incorpórea, sobrenatural, esotérica, que habitó en sus más íntimas elucubraciones. Así pues, extiende tus alas de terciopelo azul, representación alegórica de tu romántica utopía, y emprende el vuelo cósmico a través del éter infinito, aquel océano misterioso de corrientes veleidosas, cual ave luminosa y eterna que se cierne sobre la inmensidad del firmamento y que ha de custodiar nuestros pasos desde la insondable lejanía. ¿Bajo esta mirada metafísica, acaso no es ésta la mejor noticia? Hasta siempre Blanca Cecilia Botero Gómez, la hija de don Félix y de doña Conchita, la tía por antonomasia. ¡Qué tu nombre quede tallado en el mármol del tiempo!