Por: Juan Fernando Pachón Botero
jufepa40@hotmail.com
@juanfernandopa5

Luego de ofrecer amplia resistencia ante los buenos comentarios que me llegaban de amigos, familiares y los medios en general, finalmente tuve el gusto de descubrir lo equivocado que estaba. Fue como una especie de amor a primera vista. Desde las escenas iniciales ya no pude controlar la ansiedad de saber cómo terminaría todo este embrollo. Con algo de pena reconozco que me dejé alienar completamente. Estaba casi a la altura de un chiquillo idiotizado por los videojuegos. No es mentira cuando digo que contaba los minutos para llegar a casa, con el único fin de sumergirme en ese mundo gris, sin tonalidades, que me tenía prisionero.

Apenas terminé de verme el último capítulo me dije a mi mismo: “Tienes que escribir sobre esto. Realmente lo merece”. Desde que tengo uso de razón no recuerdo haber saboreado en tal grado una historia hecha para la televisión. Aún rondan en mi mente cada uno de los momentos que soportaron el peso de su envolvente trama.

Breaking Bad

Evocando a las tragedias griegas emerge como una exhalación uno de los dramas modernos más apasionantes del último tiempo: “Breaking Bad”. La serie reúne todas las características para catapultarse a la inmortalidad. Son muchas las razones para pensar en ello. Sin embargo destaco, principalmente, una sólida historia muy bien contada, unos personajes de antología y  un manejo magistral del suspenso.

En esta serie ningún personaje sobra. Todos y cada uno de ellos tienen una razón de ser y un muy bien elaborado trasfondo psicológico. Desde una visión general, funcionan como un rompecabezas perfecto. Ronda la impresión de que si faltase alguno de ellos la historia carecería de sentido. Sin embargo, lo que me asombra, aún más, es la química que emanan y los lazos que creamos con ellos, pese a que ningún actor de la serie, en particular a mí, me resultaba familiar. Fue un ejercicio apasionante ir descubriendo en ellos, conforme avanzaba la trama, su drama personal y sus sutiles pero sustanciales giros de personalidad; camaleónicos comportamientos que están fundados en la dinámica propia de la problemática que aborda la serie. No obstante los diferentes matices expresados a lo largo de la serie, cada personaje guarda una coherencia desde su génesis, y en ningún momento se aleja de su línea de conducta, logrando una consistencia que genera credibilidad. Pero lo más apasionante del asunto es la complejidad en la construcción de cada personaje, pues nunca estamos seguros de su verdadera naturaleza. En este sentido, hasta el ser más oscuro como Mike, el pragmático sicario de Gustavo Fring, nos desconcierta con su faceta más humana, cuando comparte las tardes libres con su nieta en el parque; o que decir del drogadicto Jesse Pinkman y su marcada debilidad por los niños y mujeres desamparadas; o del frío Gustavo Fring, tan fino y educado en sus formas como sanguinario en sus métodos para lograr mantener su emporio en la cúspide del mercado negro de las metanfetaminas; o de Skyler, la abnegada esposa de nuestro gran antihéroe, Walter White, quien no duda en torcer un poco su moral, al grado de justificar las turbias acciones de su marido y hasta de emplear sus mismos métodos maquiavélicos cuando de proteger a los suyos se trata. Una mención especial merece Walter White y su kafkiana personalidad, el cual pone el listón muy alto en cuanto a capacidades histriónicas se refiere, pues por un lado, puede ser capaz de conmovernos con sus actos de amor incondicional hacia su familia, y del otro, consigue asolar nuestra alma con esa impenetrable mirada de psicópata consumado que clava en sus enemigos, siempre inyectada de odio y maldad. No en vano Sir Anthony Hopkins no dudó en despacharse en elogios, dada la incontestable performance de Bryan Cranston y todo su séquito. (recomiendo leer la carta que le envió) http://www.infobae.com/2013/10/15/1516223-la-increible-carta-anthony-hopkins-al-actor-breaking-bad

BREAKING BAD (Season 2)

Alejándose de las viejas y desgastadas fórmulas de las series de antaño, Breaking Bad derrota los clichés que plantean la eterna lucha entre el bien y el mal. No es una simple historia de policías y ladrones, es la historia de un hombre común, y en cierta medida pusilánime, pilar de una familia promedio norteamericana, que se dedica a la docencia sin mayor trascendencia, y que en el ecuador de su vida se tiene que enfrentar a la devastadora noticia que significa el hecho de que solo le restan algunos meses de vida debido a un cáncer terminal de pulmón. Entonces su existencia, lejos de experimentar una caída libre, toma un giro inesperado: “El camino azaroso del narcotráfico y todo lo que acarrea esa decisión”. Así dicho, de manera tan escueta, parece un guion traído de los cabellos, de esos que Hollywood es experto en producir, casi de manera sistemática. Pero a medida que cada capítulo se cohesiona en una lógica perfecta, que los diálogos revelan sutiles detalles y que los silencios tensos adquieren un significado, vamos descubriendo la genialidad de este cuento contemporáneo sobre la visión de una sociedad que se ahoga en los restos de una moral en ruinas. Y al mejor estilo de una obra Shakesperiana (se me ocurre Hamlet) o del mejor cine negro en su época dorada de la década de los cuarenta, su final no desentona. Luego, queda ese aroma de que se está asistiendo a uno de los mayores hitos de la televisión mundial… y una grata sensación se apodera de todo aquel que yace frente a la pantalla.

Sin ahondar mucho en los detalles técnicos (por cierto de gran factura), pues no es menester de este servidor detenerse en ellos, dejándole ese apartado a los amigos de los fuegos artificiales, cabe destacar su excelente fotografía y música atrapante. En este sentido, nunca antes la televisión había mostrado unos paisajes tan bellos (los áridos desiertos de Albuquerque, aunque suene extraño), unos tonos tan vivaces, una definición tan nítida, propia de las mejores producciones de cine. Y de otra parte está su banda sonora. Qué delicia resulta dejarse llevar por la música de la serie. Cada nota es el complemento perfecto para acompañar el ritmo de la escena. Las vertiginosas melodías le otorgan una fuerza especial a cada paso, a cada mirada, a cada gesto. Y así como en los épicos espaguetis western de Sergio leone, aquellos mágicos sonidos toman vida y se convierten en protagonistas de primera línea, logrando multiplicar las emociones y cortando el aliento de quien se encuentra al frente del televisor.

Es importante destacar una de las claves más significativas de Breaking Bad, que radica en el tratamiento que se le da al suspenso. Es imposible quedar indiferente ante las infinitas posibilidades que ofrece cada capítulo. La verdadera hazaña de Vince Guilligan, su creador, es lograr atrapar de principio a fin a los espectadores con la expectativa de un desenlace asombroso, pero no facilista, pues ante un evento de difícil salida siempre se abrirá, casi de la nada y de manera muy racional, una puerta que nunca se veía venir. Es en esos pequeños detalles donde se concentra la genialidad de la serie. Y así como un mago saca de su galera al conejo, nuestros protagonistas se las arreglan para sacar su as bajo la manga, inundando la escena de una explosión de emociones que desembocan en un sentimiento de asombro, difícil de olvidar.

El desierto salvaje(1)

Definitivamente Breaking Bad se ha ganado mi respeto y admiración, y en lo que a mí concierne, ya le tengo reservado un puesto de lujo en mi videoteca personal. Así pues, Querido lector: “Si aún no la ha visto, ¿Qué espera para empezar a hacerlo? Y comprobar por sí mismo si estoy exagerando, o si por el contrario, me he quedado corto”. Ahí le dejo el reto, por si lo quiere aceptar.