El camino hacia la paz
fernando pachón
Por Juan Fernando Pachón Botero
@JuanFernandoPa5

En estos últimos días me he visto enfrascado en múltiples debates, algunos de ellos acalorados (no debería ser así), en torno al plebiscito que se avecina para nuestro país. He observado la polarización de mucha gente acerca de la conveniencia del “Sí” o del “No”.

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Cada quien defiende su posición con furia encendida y hasta se aventuran a elaborar complejas y absurdas teorías de la conspiración. Pero a pesar de esa retórica efervescente todo queda en vagas intenciones, en palabras bonitas que se las lleva el viento. En mi caso, me he convertido en un escéptico del sistema, en un crítico radical y ácido. No obstante, aún me hallo anclado en un estado de confort, donde no he hecho mucho por cambiar las cosas. Todo se reduce a reuniones ocasionales con mis amigos donde suelo expresar mi inconformidad sobre algunos asuntos del país: pañitos de agua tibia. Pero es eso y nada más. Y aunque no me ha tocado padecer el conflicto en carne propia, y solo me entero de éste a través de los amañados y nefastos medios locales, no puedo evitar experimentar una honda sensación de pesar hacia las víctimas en la distancia. Y no más que eso.

Es por esa misma razón que ahora deseo hacer algo respecto, para tratar de torcer esa realidad que nos ha tocado cargar, apoyando el proceso de paz. No sé si este experimento saldrá bien, pero al menos me quedará la tranquilidad de haber adoptado una postura firme y responsable sobre un tema tan importante para la nación. Nada garantiza que la apuesta surta efecto, pero es mejor morir en el intento que lamentarse por lo que pudo haber sido y no fue. Ya Colombia está harta de una guerra inmisericorde y sistemática que desangra lentamente a sus gentes, y de una guerrilla decadente y obsoleta que ha perdido la brújula desde hace rato. Pero más allá de eso, yo en particular estoy harto de muchas otras cosas: de la corrupción rampante, de los pasos en falso del ejército y la Policía Nacional, de la ineptitud de nuestros políticos, del cinismo de la delincuencia común, de la arrogancia de los pequeños burgueses. Como ven, nadie se escapa a esta vorágine.

No deseo hacer ninguna invitación explicita para que voten como yo lo quisiera. Tampoco es mi intención que se interprete este texto como una apología a la impunidad. Yo solo espero que voten a conciencia, que esta oportunidad histórica que se nos ha brindado no se convierta en un mercado de ideologías baratas. Por favor no caigan en el grave error de tomar posiciones sesgadas simplemente porque un expresidente reaccionario y virulento así lo sugiere o porque el actual presidente así lo demanda. No se dejen manipular como muñequitos de papel. Voten con sabiduría y honestidad, y sea cual sea el resultado guardemos la compostura y la elegancia. Si en verdad queremos la paz, empecemos por respetar las opiniones ajenas, gústenos o no, y tengamos el valor civil de elegir la opción que intuimos será la más acertada. No le metamos colores de partidos políticos a este llamado democrático, ni nos dejemos obnubilar por la simpatía que nos despiertan algunos hombres de nuestro tiempo. No hipotequemos nuestros intereses colectivos a razón de estúpidas luchas de egos entre vacas sagradas del actual concierto político.

Estoy muy de acuerdo con aquellos que argumentan que esta negociación fue muy conveniente y benévola para los guerrilleros, pero es lo que hay, éste fue el mejor pacto posible, y ante eso es mejor ceder. De todos los males busca el menor, diría el sabio en la montaña mientras se fuma su pipa. Además, no se podía esperar otro trato. ¿Qué querían, que los máximos jerarcas de las FARC se sometieran a la justicia como Dios manda, por cuenta propia y con sumo arrepentimiento (eso era lo ideal, pero no soñemos tanto), que se expusieran a ser enviados a pudrirse en una cárcel, a ser fusilados en el paredón? Ésa no era una opción viable. De lo contrario se hubieran quedado en el monte. Ellos se sentaron sobre la mesa con el ánimo de adquirir estatus político, de hacerse un espacio en la vida pública, de alejarse de la clandestinidad para seguir tratando de imponer su discurso de izquierda, pero ya desde el congreso (un sapo difícil de tragar, lo sé). Es puro sentido común, pura lógica aristotélica. Y ojalá se refine el esquema utilizado en las negociaciones entre los paramilitares y el gobierno de Uribe. Yo, por lo menos, no le doy más vueltas al asunto. Aquí no se trata de lo que yo quisiera, sino de lo que le conviene más al pueblo, o más bien, de lo que yo creo le conviene más al pueblo. Eso sí, solo espero que se digan todas las verdades que ayuden a exorcizar los demonios de la guerra, que la lucha armada evolucione hacia una lucha desde las ideas, que ya no seamos regidos por la tiranía de las balas sino por el poder de las palabras. Ya cada quien verá si les cree o no. Ya veremos después si dejamos que esta patria se convierta en un paraíso socialista (cosa que dudo, dada la estrecha relación entre Colombia y EEUU). ¿Y es que acaso los anteriores gobiernos de derecha nos han dejado un buen sabor de boca? Por lo pronto debemos acabar con este lastre que nos pela el colmillo desde hace más de medio siglo, luego miramos cómo nos desenredamos. Pero como estamos en el terreno de las especulaciones, nadie puede garantizar que este proyecto llegará a buen puerto, pues dada su envergadura, también es susceptible al error. No obstante, sí es muy probable que de todo esto nazca una criatura lozana y saludable que se empiece a forjar un nuevo futuro, más prometedor, más optimista, y de seguro con muchas dificultades por sortear. Por esa misma razón, no le dejemos estos menesteres solo a los que pastan en el poder; apropiémonos de esta nueva etapa y hagamos nuestro mejor esfuerzo, para construir entre todos un mejor lugar en el cual vivir. Que no se quede solo en buenos deseos.

Algo está muy claro, o al menos así lo percibo yo, en cuanto al pedregoso camino que hemos de recorrer para alcanzar la paz. No esperemos fórmulas mágicas para alcanzarla en un santiamén. Tengan presente que ésta no se logrará automáticamente con una simple firma entre las partes involucradas. No seamos tan pretenciosos ni ingenuos. Aquí lo que se está buscando es acabar con una pugna agria y sangrienta de vieja data, que no ha podido ser solucionada por la vía militar bajo ningún gobierno. Es cierto que en el mandato de Uribe se arrinconó a la guerrilla contra las cuerdas, pero ahí siguieron, como un virus letal que se reproduce geométricamente. Y lo peor, en ese afán guerrerista se descuidaron asuntos vitales de la vida nacional. Santos, su sucesor, a pesar de su desaliñado y maltrecho gobierno, tuvo la capacidad de sentarse a dialogar con ellos. Ya queda en nuestras manos actuar con determinación y sensatez, sentar un precedente, para tratar de cambiar el rumbo de este barco a la deriva. Y reitero, la paz no eclosionará milagrosamente; solo se abonará el terreno para que se empiece a edificar, ladrillo a ladrillo, con la paciencia del pescador, de una manera limpia y sincera, con base en una democracia sólida y duradera. ¿Qué habrá disidentes? Claro que sí. Y espero que caiga todo el peso de la ley sobre ellos. Pero más importante aún, es entender que la raíz de todos los males, el verdadero cáncer que debe ser extirpado, es nuestra idiosincrasia corrosiva e indiferente. He ahí la clave del asunto, pues es muy fácil echarle la culpa a nuestros gobernantes de turno, que a fin de cuentas están fabricados del mismo material genético de nosotros, haciéndonos los de la vista gorda y esperando desde la comodidad de nuestros hogares a que ellos solucionen todos los problemas que nos aquejan. Así ni en mil años nos visitará la paloma. Esa actitud facilista, y por demás sumisa, es la que nos tiene atornillados en menudo embrollo, que ha ido in crescendo de generación en generación.

Un eventual triunfo a favor del “Sí”, cosa que espero con fervor, sería una clara demostración de que el pueblo en masa está dispuesto a sepultar una guerra que ya le sabe a estiércol y que se ha llevado a sus mejores hijos, y que si para ello es necesario despojarse de sus viejos odios, no dudará en hacerlo. De otro lado, no le podemos pedir peras al olmo. Los guerrilleros son de naturaleza rústica, de un corazón endurecido por las circunstancias a las que han sido abocados, por la soledad de la selva, por una lucha frontal y equivocada contra un estado negligente por más de cinco décadas (aunque no nos dejemos llevar por las apariencias, en sus filas también hay ideólogos poderosos y contundentes, mucho más persuasivos, incluso, que algunos de los prohombres más ilustres de nuestra joven República). Conformémonos entonces con su gesto de reconciliación (ojalá transparente), pero ya entrados en gastos, empujemos todos hacia el mismo lado a ver qué sale. No tenemos opción. Ésa es la verdad que tenemos que digerir. Además, ¿no es mejor escrutar los actos de las FARC bajo la luz de la legalidad?

Ahora bien, son muchos los retos que se avecinan para el país, pero es aquí donde el gobierno debe tener los pies muy bien plantados sobre la tierra, en el sentido de hacer viable este proyecto socio-político, que de ninguna manera es sencillo. Y es que la reinserción de 15.000 nuevos civiles a la vida nacional se antoja una tarea titánica. Por eso es fundamental lograr una sinergia entre todos los estamentos públicos y privados, con el ánimo de acogerlos y darle el mejor uso posible a los fondos destinados para tal fin. No nos sigamos mortificando por las cifras establecidas (no tan elevadas como se especula por las redes sociales) para la manutención y resocialización paulatina de cada guerrillero (leer páginas 66, 67 y 68 del acuerdo) durante 24 meses. Es preferible asumir este coste que exponernos a lidiar con potenciales delincuentes sueltos en las calles, como ocurrió en Guatemala y El Salvador. Los partidarios del “No” braman con fiereza que es injusto que esos fondos salgan de nuestros bolsillos, pero me parece poco en comparación con los onerosos impuestos que hemos venido pagando para apoyar una guerra estéril y demencial. ¿No es más escandaloso sostener, a costa del sudor de miles de trabajadores honrados, a un montón de ineptos en el congreso que devengan salarios obscenos a cambio de calentar un esponjoso sillón?

Así pues, es fundamental que más allá de los múltiples puntos pactados en la mesa negociadora (no menos importantes), nos concentremos en deshacernos de los rencores de antaño y acudamos a esta importante cita para ejercer nuestro sacro derecho constitucional como ciudadanos de bien. Y si hay que perdonar cincuenta años de barbarie pues perdonemos y ya, sin más ni más, así como no dudaremos en perdonar, también, a las poderosas familias que se han venido turnando en el poder, robándose el país a cuenta gotas, así como perdonaremos a los santos varones del senado que constantemente defraudan la confianza que les hemos brindado, así como perdonaremos a ese visitante indeseable que tanto nos incomoda en la sala, así como perdonaremos a nuestros vecinos que nos observan con envidia porque hemos comprado un mejor carro que el suyo. Aprendamos del caso reciente de Sudáfrica, con Mandela como figura inspiradora, o de las guerras fratricidas en el oriente medio e Irlanda del Norte, o de algunas revoluciones fallidas en Centroamérica, donde el perdón fue el factor determinante para acabar con estos desgastantes conflictos, muy similares al nuestro, sembrando así las bases de gobiernos robustos, justos y legítimos que han de ser ratificados en el día a día. Así las cosas, yo votaré por el “Sí”, pero respetaré de manera profunda al que vote por el “No”, esperando que al final de la ecuación el único vencedor sea el pueblo, pues como dijo Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”. De aquí podrá surgir algo bueno.