Por: Alejandro Botero Cárdenas
@alboca72
alboca72@gmail.com

A lo largo de la historia, la inteligencia de los países en conflicto, se ha ideado toda suerte de maneras de espionaje con el fin de obtener información confidencial para ser  utilizada en contra de su enemigo.

Durante la revolución francesa, los espías estaban por todas partes: en las calles, cafés y espectáculos públicos, afinando sus oídos, a la  cacería  del más mínimo comentario anti-republicano.

Era tal la paranoia colectiva,  que entre 1794 y 1796  más de 3.000 personas fueron ejecutadas en la guillotina y las cárceles estaban atestadas de prisioneros, por cuenta de las denuncias de los agentes secretos.

Durante  esta época, hubo un simpático espía  que se hizo célebre por su eficiente labor de inteligencia. Nunca fue descubierto y se dio el lujo de morir de viejo, en un tiempo donde un agente secreto  desenmascarado no tenía posibilidad alguna de sobrevivir.

Este agente conocido como el Señor Richerbourg, nació en Francia en 1768. Sus primeros años de existencia los vivió trabajando como sirviente de una familia aristócrata en Orleans. A los 21 años fue reclutado por una importante facción de la revolución francesa, con el fin de encargarle la misión de llevar y traer información de París a Orleans.

¿Pero qué es lo que hace a este personaje  tan especial que inclusive  el libro de los Guiness records  le otorga una importante mención en una de sus ediciones?

El Señor Richebourg a los 21 años, época en que inició sus labores de espionaje, medía escasos 58 centímetros y tenía cara de niño.
richebourg
Antes de emprender  alguna misión, el espía enano se hacía pasar por un bebé, apariencia que lograba rasurando  su barba y cabeza. Luego,  era cuidadosamente colocado en un coche, lo cubrían con una manta y le daban su biberón.

Una criada lo paseaba frecuentemente entre las líneas enemigas  y tras ganar su confianza, pedía el favor a los soldados de cuidar al niño mientras hacía un recado. Nunca sospecharon que el bebé de la carriola tomaba atenta nota de cada palabra que decían y que posteriormente esta información sería usada en contra del reino.

Con el tiempo, la técnica de espionaje se volvió más osada cuando una anciana lo llevaba a las comisarías de policía, haciéndolo pasar por un niño perdido, tiempo valioso que aprovechaba  el espía más pequeño del mundo para recolectar importante información de inteligencia.  Richebourg murió en Paris en 1858 a los 90 años de edad.

Aunque no se encuentra  literatura que determine qué tan valioso fue su aporte para la revolución francesa, no cabe duda que el Señor Richerbourg  pasó a la historia por su particular y original método de espionaje.

Seguramente alguna vez hemos sentido que las paredes tienen oídos. Y cuando hablamos con alguien un tema confidencial volteamos por instinto a mirar, pues sentimos que nos están escuchando.

Por  todo lo mencionado, la próxima vez que hablemos temas privados en presencia de bebés, tengamos precaución, no vaya a ser que nos esté espiando un enano camuflado, igual que el señor Richerbourg.