Por: Juan Fernando Pachón B
jufepa40@hotmail.com
@juanfernandopa5

Las montañas siempre han alentado al espíritu humano a desafiarlas. Su imponencia y majestuosidad atraen la atención de arrojados aventureros e intrépidos exploradores, que se inventan luchas personales en busca de “derrotarlas” en sus propios dominios. Desde que nuestra especie se lanzó, rauda y resuelta, hacia la conquista de sus horizontes, ha quedado frente a frente con estas moles arcaicas, que yacen impasibles ante el asedio milenario. Sin embargo, existe un monte que sobresale por sobre todos los demás, quizás por tener la firmeza de haberse levantado más alto que sus “parientes” ancestrales (8.848 msnm dan fe de ello).

Este gigante blanco se erige como el gran soberano, y como tal es reverenciado de una manera muy particular. Audaces viajeros se adentran en su inmensidad con el único fin de posarse sobre su lomo nevado. Aunque en la distancia se podría observar como una gesta heroica, digna del elogio humano, la hazaña codiciada podría llegar a convertirse en una horrible pesadilla sin retorno alguno. Allí, en sus fueros, no basta con llegar a la cúspide, pues los mayores peligros se presentan ya en el descenso. Así pues, la garantía de gloria no obedece simplemente al hecho de clavar una bandera en su apetecida arista, sino, además de todo, en llegar sano y salvo al campamento base.

HISTORIAS DE LA GRAN CUMBRE
Son muchos los que han acudido al llamado de la montaña, pero pocos los elegidos. De un ramillete de decenas de miles de personas, solo 3.400, aproximadamente, han logrado llegar a la cima, y 216 (dato oficial) han muerto en el intento. Lo más escalofriante del asunto es que aún yacen cadáveres sobre la nieve (muchos de ellos en sus posiciones agonizantes), pues tratar de bajarlos desde allí supondría una muerte casi segura, ya que un esfuerzo a esa altitud (más de 8.000 m) llevaría al altruista de turno a un colapso mortal. Incluso en las rutas más comerciales se suman al paisaje decenas de cuerpos petrificados que sirven como punto de referencia para la escalada.

Botas verdes
Botas verdes

Tal es el caso de “botas verdes”, quien está ubicado justo en un paso obligado de la ruta sur, donde las cuerdas colocadas por los sherpas (nativos nepalíes que sirven como guías a los excursionistas) casi rozan su inerte cuerpo.

El saludador
El saludador

El saludador

Otro difunto famoso de la montaña es “El saludador”, quien le da la bienvenida a los expedicionarios a la “zona muerta” (después de los 8.000 m de altura). Aunque el más sobrecogedor, sin lugar a dudas, es “Peter Boardman”, quien yace en una posición muy plácida, como de descanso eterno. Y así mismo hay un gran número de “héroes caídos en batalla”, quienes han donado sus cuerpos a la montaña, convirtiéndola en una suerte de cementerio, el  más alto del mundo.

Los británicos George Mallory y Andrew Irvine fueron los primeros visitantes (que se tenga documentado) que acogió la gran montaña (1924). Todavía es un misterio la cuestión de si lograron cumbre o no, pues ambos desaparecieron sin dejar rastro alguno. Solo 75 años después fue encontrado el cuerpo de Mallory, a sólo 700 m de la cumbre (Irvine aún sigue desaparecido). El gran interrogante que surge es si la muerte les alcanzó subiendo o ya bajando, después de coronar.

Peter Boardman
Peter Boardman

29 años después, en 1953, el neozelandés Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay lograron la gran epopeya: Ser los primeros en llegar a la cumbre y luego regresar vivos e ilesos. Aunque no fue sino hasta 1978 que se registró la primera ascensión sin la ayuda de oxígeno embotellado. El alpinista italiano Reinhold Messner y el montañista austriaco Peter Habeler fueron los escaladores que derrumbaron la tesis que había tomado carrera, en el sentido de que el Everest solo podía ser conquistado con la ayuda de oxígeno complementario. Dos años después Messner se aventuró en solitario, otra vez sin la ayuda de oxígeno y por una ruta mucho más complicada, acaparando los elogios de la prensa mundial. En la actualidad existe una agitada controversia acerca del uso de máscaras de oxígeno. Algunos avezados escaladores sostienen que escalar picos altos con este tipo de ayuda es como correr el tour de Francia en motocicleta (en toda la historia solo 158 personas lo han hecho de esta manera)

En los 60 años de historia, desde el primer ascenso exitoso, el año más trágico, de lejos, fue 1996. 15 personas murieron, 8 de ellas en un mismo día. Tal parece que una extraña tormenta desorientó a los desafortunados expedicionarios, quienes, extraviados y sumidos en la  impotencia más absoluta, murieron víctimas del congelamiento, la altitud y la fatiga.

Una de las jornadas más polémicas ocurrió en 2006, cuando el británico David Sharp, después de haber llegado a la  cima, fue abandonado a su suerte, luego de que desfalleciera intempestivamente en la etapa de descenso. Según testimonios, varias excursiones pasaron junto a él sin brindarle ningún tipo de auxilio. Solo un viajero le socorrió, Mark Inglis, pero el guía jefe le ordenó retirarse del lugar y seguir el camino. Como era de esperarse, Sharp fue encontrado muerto tiempo después, robusteciendo la lista de fallecidos en la montaña. Los excursionistas involucrados alegaron que un rescate a esa altura hubiera significado más muertes debido a las duras condiciones del terreno. Ahí queda abierto el debate en cuanto a la ética del montañista frente a su propia sed de gloria.

Un anciano de 80 años que arribó a la cúspide, un adolescente de 13 años que también lo hizo, un esquiador que se deslizó sobre la nieve, un sherpa que logró cumbre en solo 8 horas, un nativo que llegó a la cima 3 veces en una sola semana, un helicóptero que aterrizó en su cima, un ruso que saltó desde 7000 m en una de sus caras, un escalador nepalí que llegó a su punto más alto en 21 ocasiones… y muchas historias más, aderezan la rica historia del coloso del Himalaya.

EL SUFRIMIENTO DE LA MONTAÑA
En la actualidad el Everest se ha reducido, lamentablemente, a un vulgar circo, donde acude la fauna más variopinta, desde mortales sin ningún tipo de preparación ni método, hasta excursiones folclóricas con aire de paseo familiar. Mucha gente tiene entre su agenda de viajes una escalada a “la frente del cielo” (así la llaman los nepaleses) como si de unas vacaciones en la playa se tratara. Sin embargo, un capricho de esta naturaleza podría salir muy costoso. El gobierno nepalí cobra un impuesto de 10.000 euros por  el derecho a la escalada. Eso sin contar con los honorarios que hay que pagar a las empresas promotoras y a los sherpas, así como la onerosa obtención de los equipos especiales que se requieren para tal fin. Una excursión promedio puede llegar a costar 60.000 euros (sumado a que se debe disponer de dos meses para el periplo). De otro lado, si algún temerario osa emprender esta aventura, deberá programarla, preferiblemente para los meses de abril o de mayo, ya que en otras épocas del año los vientos monzones dificultarían al extremo el ascenso, haciéndolo casi imposible. Un auténtico suicidio.

Hasta finales de los años setenta solo se podía acceder a la montaña por el lado sur (frontera nepalí), ya que el gobierno chino no permitía el acceso por el costado norte debido  a cuestiones de índole políticas. Por eso la gran mayoría de rutas comerciales están diseñadas en el lado sur. En este último tiempo se han trazado nuevas rutas, pero algunas son tan peligrosas y complejas que solo han sido exploradas una sola vez, y en muchas ocasiones, con un coste humano demasiado alto.

Un hecho que no deja de preocupar es el triste legado que están dejando a su paso los turistas modernos. En este sentido, largas filas de desperdicios y todo tipo de basuras, producto del flujo excesivo de novatos aventureros sin ningún tipo de conciencia ecológica (aunque políticas recientes intentan frenar esta mala práctica exigiendo una multa de 3.000 euros al infractor), desnaturalizan el bello y sublime panorama. Además, la presencia de estos pseudo exploradores embriagados de adrenalina representa un riesgo latente para los demás escaladores, muchos de ellos realmente preparados, con el peligro subyacente de avalanchas y resquebrajamientos del hielo.

Fila de alpinistas en busca de la cima
Fila de alpinistas en busca de la cima

Un punto que cabe destacar en el fenómeno Everest es la poca relevancia que se le ha dado a los sherpas en los grandes logros conseguidos por los europeos y norteamericanos. Aunque a decir verdad, a ellos poco les importa el anonimato, pues son hijos de la tierra y más que a nadie les interesa el gran auge del turismo en su zona, que se ha ido incrementando exponencialmente, redundando en mejores posibilidades económicas para toda la población. Para esta etnia la dinámica propia de la montaña es parte de su cotidianidad, en cambio para los extranjeros se reduce a una simple cuestión de ego el hecho de llegar hasta la ansiada cumbre, convirtiendo, de facto, en un deporte de alto riesgo el ejercicio de la escalada en sus escarpadas caras.

EL PRECIO DE LA GLORIA
Los peligros que representa una excursión al Everest son variados y numerosos: avalanchas de nieve, grietas en el hielo, pasos estrechos rodeados de precipicios de miles de metros de caída libre. Pero sin lugar a dudas la altitud y las bajas temperaturas (hasta 45 grados bajo cero) son los enemigos a vencer. Después de los 8.000 m se entra en la denominada “zona de la muerte”. Allí, el cuerpo empieza a sufrir en demasía.

A una altitud tan considerable la presión atmosférica disminuye notablemente. Por lo tanto, según las leyes de la termodinámica, las moléculas de oxígeno se encuentran dispuestas con una mayor separación (al haber menor presión de la atmósfera sobre ellas), y por consiguiente nuestros pulmones absorben menos oxígeno del debido (hipoxia). Y entonces empiezan los problemas, ya que sumado a esta situación, los pulmones y el cerebro se llenan de agua (edemas pulmonar y cerebral respectivamente), la razón se nubla, los órganos se congelan literalmente (se ha sabido de casos en que los montañistas vomitan su propia laringe congelada y otros tantos que quedan ciegos, debido a que sus órganos oculares se congelan), la piel sufre quemaduras severas (en muchos casos la única solución es la amputación del miembro afectado), la sangre se espesa, provocando coágulos extremos en las arterias, el sistema nervioso colapsa,… entre infinidad de dolencias más. Es por esto que la preparación, tanto física y psicológica, para una odisea de este tamaño debe ser tomada con el mayor compromiso y seriedad, evitando así un trágico y doloroso destino.

Beck Weathers, víctima de congelamiento.
Beck Weathers, víctima de congelamiento.

UN GIGANTE SIGUE CRECIENDO

Luego de una larga etapa evolutiva, la montaña aún sigue desafiando a la gravedad. Según estudios científicos, el Everest crece a razón de 4 mm por año. O lo que es lo mismo, aumenta 4 m cada 1000 años. En apariencia luce como una gran masa imperturbable, serena y sempiterna, pero en sus cimientos ocurren violentos episodios, resultado del continuo y prehistórico choque entre las placas tectónicas de la India y Asia (razón por la cual los nepalíes temen que algún día ocurra un gigantesco terremoto que los borre de la faz de la tierra). En este sentido, se cree que hace aproximadamente 55 millones de años la India, que estaba localizada en la actual isla de Madagascar en África, inició su travesía hacia el noreste (de acuerdo al movimiento de la litósfera terrestre), hasta llegar a chocar inexorable y ferozmente contra el continente euroasiático. Como resultado del implacable y descomunal impacto se formó una monumental rugosidad sobre la tierra, la cordillera del Himalaya, con sus 2.200 Km de picos señoriales. Entre ellos, El Everest se impone, observándolos a todos, encrestado y silencioso, desde arriba.

Pero a medida que “la madre del universo” (como le dicen los chinos a la gran elevación) aumenta su estatura geológica, sus entrañas sufren la indiscriminada y sistemática embestida de la raza humana, que no repara en desangrarla lentamente. Es hora entonces de que se recupere el respeto que se le debe y merece, no solo por el hecho de ser la cumbre más alta del planeta, sino por ese enigmático poder que ejerce sobre todo aquel que, absorto y diminuto, la observa en su magnificencia. Y como alguna vez, ante la pregunta de por qué correr el riesgo de escalar el Everest, George Mallory, el primer hombre que se aventuró en su conquista, respondió: “Porque está ahí”. Simple y contundente.

Para saber mas:

Mal de altura de Jon Krakauer (narración sobre la tragedia de 1996) Libro

Grandes descubridores Sir Edmund Hillary Video