Por: Juan Fernando Pachón Botero
jufepa40@hotmail.com
@juanfernandopa5

Cierta noche de bohemia, un gran amigo me invitó a escuchar una melodía. Sin mayores pretensiones me apresté a afinar mis oídos. Los primeros golpes de piano captaron mi atención. Una extraña sensación, no digo que de angustia extrema, pero sí de tristeza efímera, se paseó por todo mi cuerpo. Después de unos pocos segundos se dejó venir un canto desgarrador, muy a la usanza de los tangos de ayer. Aquella lúgubre voz, con ansias de llanto, me transportó en la distancia y el tiempo a un cuarto frío y gris, cubierto de telarañas e impregnado de una atmósfera rara. Así me imagino aquel nebuloso paisaje en el cual se gestó este tema. Desde una mirada artística, a mí en particular, la canción me merece admiración. A pesar de la melancolía que se teje en cada nota, me resultó una composición virtuosa y bella (en especial la interpretación que, luego de bucear intensamente por la red, escuché de la artista islandesa Bjork y, en menor medida, la del grupo británico Portishead) Luego, al tenor de un caluroso brindis, mi amigo me contó acerca del aura de misterio que rodea su historia. Y es ahí donde me quiero detener.

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Pero antes, una pequeña introducción. La canción fue compuesta en Hungría. Corría el año de 1933. Fue el fruto de la mutua colaboración entre el pianista y compositor autodidacta de origen judío Rezso Seress y el poeta Laszló Jávor. El primero se encargó de la música y el segundo de la letra. Aunque Seress se robó todos los créditos, Jávor puso una cuota importante imprimiéndole un tono pesimista a la canción con su trágico mensaje, que narra la historia de un joven que se plantea acompañar en la eternidad a su amada, recién muerta. Se cree que el poeta se inspiró en el suicidio de su propia novia. Le dieron el nombre de domingo sombrío. Su salida a la luz pública no fue fácil. El primer editor le agachó el dedo, alegando que la composición era demasiado triste. Fue el segundo editor quien aprobaría el trabajo. Cabe destacar que Rezso Seress nunca gozó de buena reputación musical en su país natal. Siempre fue considerado un artista promedio. En sus primeros años, su obra culmen, no logró ningún tipo de reconocimiento y se podría decir que pasó desapercibida. Pero las cosas estaban por cambiar. Luego de tres años de estar sumida en el anonimato, la celebrada canción se empezaba a labrar un nombre. Pero más allá de sus calidades técnicas, la verdadera razón para elevarse a la categoría de “thriller” contemporáneo fue el halo de misticismo que se construyó a su alrededor. Así pues, una serie de suicidios fueron relacionados con la canción y este hecho llamó la atención pública.

Pronto empezó a correr el rumor de que la canción tenía la extraña potestad de inducir al suicidio a todo aquel desventurado, propenso a la depresión, que la escuchara. El común denominador en todas aquellas extrañas muertes era ese fondo musical que hacía las veces de himno de despedida a los sufrimientos de esta vida. Y como un volcán en erupción la noticia se regó por toda Hungría. A los pocos meses, ya se registraban diez y siete suicidios en el país de los gitanos. Lo que en algún momento fue una simple canción luctuosa, rápidamente se convertiría en un auténtico fenómeno mediático. No fue sino cruzar el atlántico, rumbo a EEUU, para que su fama creciera como la espuma. Dos factores se conjugaron en favor de la canción. El primero, una magnífica y sentida interpretación de la cantante norteamericana de jazz Billie Holiday (1941), y el segundo, una impactante labor de mercadeo, invocando los supuestos poderes subliminales de la tonada, que ya se había cobrado casi una veintena de héroes románticos en el otrora reino magiar. A varios meses de su debut en el país del norte, también se le asoció con cerca de un centenar de víctimas. De igual manera, Italia, Alemania e Inglaterra se sumaron a la histeria colectiva, y también sufrieron los rigores de la infausta melodía.

Entre los muchos casos, se cuenta la historia de una pareja que se suicidó luego de escuchar a unos gitanos tocar aquella suerte de canto fúnebre. Así mismo, un joven berlinés, después de solicitar a una banda de música interpretar la canción, terminó pegándose un tiro en la cabeza, no sin antes decirle a su familia que le era imposible sacarse de la mente a Gloomy Sunday (título en inglés de la canción) De igual manera, una secretaria neoyorkina se dejó morir en su casa inhalando gas. Dejó una nota de suicidio que decía: “Quiero que Gloomy Sunday suene en mi funeral”. Del mismo corte es la historia de un niño italiano que, de extraña manera, regaló todas sus pertenencias a un mendigo y luego se suicidó. Minutos antes había escuchado la fatídica composición. Se sabe de jóvenes que se tiraron al Danubio para ahogar, literalmente, sus penas. En varios casos, las partituras de la canción yacían flotando cerca de los cuerpos sin vida. En fin, son muchas las historias que han alimentado el mito. Aunque son datos difíciles de comprobar, y no hay registros de prensa de la época, la cifra es bastante elocuente. Incluso se llegó a prohibir en ciertas emisoras radiales, tanto de EEUU como de Hungría, y hasta en algunas tiendas se abstenían de vender el acetato, pues temían ser acusados de promocionar el suicidio.

Con el transcurrir de los años la canción perdió fuerza, y pronto fue relegada al olvido. Pero el destino estaba “sazonando” una última pirueta. En 1968, Su autor, Rezso Seress, se encontraba en su habitación en Budapest. Luego de escuchar varias veces su creación musical, se lanzó desde su balcón. Todo sucedió en una opaca tarde de domingo; un domingo sombrío. Se dice que el compositor nunca pudo superar el hecho de que la canción fuera su único éxito, y que vivía continuamente atormentado a su sombra, porque, muy en su interior, sabía que jamás podría llegar a componer algo, siquiera, medianamente similar. Pero pensándolo con detenimiento, creo, más bien, que todo su ser conspiró para catapultar la obra de sus amores y desamores a la inmortalidad. Era el escenario perfecto para dar el golpe definitivo y certero al nervio de la cultura popular moderna por excelencia: las leyendas urbanas. ¡Y vaya qué funcionó! Inmediatamente los medios relanzaron la canción. Los periódicos la bautizaron La partitura maldita. Más nunca sería olvidada. Artistas de la talla de Elvis Costello, Sinéad O’Connor, Bjork, Billie Holiday, Rick Nelson, Heather Nova, entre muchos otros más, la han interpretado. Formó parte de la banda sonora de La lista de Schindler. Aparece al inicio del capítulo: Treehouse of Horror XVIII de Los Simpson. Inspiró la película española-británica de suspenso, La caja Kovak. La BBC la prohibió hasta 2002. Ha sido objeto de investigación científica y también paranormal. Hasta la fecha son muchas las hipótesis, pero también, pocas las certezas.

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Ahora, aterrizando toda esta información y haciendo honor al raciocinio, tengo la obligación moral de desligar a la canción de nuestro interés con asuntos puramente metafísicos y paranormales. Algo sé de historia contemporánea y me atrevería a señalar que allí está la sustancia del asunto. Empecemos por el principio, como diría mi abuela, y ojalá se aguanten esta pequeña lección de historia moderna. Gran parte de los países de Europa oriental, y en especial Hungría, se han caracterizado por su alta tendencia al suicidio, principalmente en el siglo pasado. Incluso, es aceptado socialmente como una práctica valiente y honorable, como lo afirma el reconocido psiquiatra de origen húngaro Béla Buda. De igual manera, el escritor, también húngaro, Sándor Márai, futuro suicida, hablaba en sus ensayos acerca de “la terrible soledad histórica de los húngaros” y su vínculo poético con el suicidio. Para entender este fenómeno es importante entender algunos puntos claves: Aunque el término “cortina de hierro” (haciendo alusión al férreo hermetismo social, político y económico de los países de esta parte del globo con respecto al mundo occidental y, más aún, al capitalista) tomó relevancia después de la segunda guerra mundial, años antes las naciones de Europa del este, que luego fueron conocidas con este remoquete (Hungría, Polonia, la antigua Checoeslovaquia, Rumania, Bulgaria y las doce ex repúblicas socialistas de la Unión Soviética), fueron severamente dominadas, primero bajo el yugo de la Alemania Nazi de entreguerras, y luego por la URSS de la postguerra. Este hecho les significó un profundo hundimiento de sus economías, que inevitablemente afectó la psique de sus gentes, sumiéndolos en un sentimiento casi perpetuo de tristeza y melancolía. Si a esto le sumamos los largos e inhóspitos periodos de inviernos europeos, con sus cielos grises y gélidas temperaturas, así como su afición extrema por las bebidas alcohólicas (tal vez su única válvula de escape a esa dura realidad que les hacía un pueblo infeliz), tenemos como resultado un caldo de cultivo muy propicio para incubar ese “gen de la depresión” que cargan a su haber.

Y en un contexto más global, analicemos la gran crisis mundial del treinta, que derivó en una vertiginosa caída libre de gran parte de la economía del planeta, cuyos orígenes hay que buscarlos en los efectos adversos que ocasionó la primera guerra mundial, especialmente en el capital europeo. A la par de este declive, EEUU se fortaleció ampliamente, viéndose obligado gran parte del viejo continente a estirar la mano en busca de ayuda. Así, la economía mundial avanzaba al ritmo de crecimiento que proponía EEUU, y todo lo que pasaba allí repercutía en el resto del mundo. En este orden de ideas, la caída súbita de la bolsa de Nueva York en octubre de 1929, acontecimiento denominado el crac bursátil, desembocó en La gran depresión. Todos los países del mundo, ricos y pobres, capitalistas y comunistas, izquierdistas y derechistas, democracias y tiranías, todos sin excepción, se vieron seriamente golpeados, muchos casi de muerte.

Después de este pequeño paréntesis de nuestra historia reciente, es justo volver por nuestras andadas. Szomorú vasárnap, título original de la canción, fue concebida, como lo había expuesto anteriormente, en 1933. Ahora, atemos algunos cabos. Es apenas lógico que en aquel periodo histórico (entre 1930 y 1941), particularmente en Hungría, y luego en EEUU, se documentaran múltiples suicidios, debido a las nefastas condiciones políticas, sociales y económicas del primero, y al colapso financiero, sin antecedentes, del segundo. No es un dato menor que el grueso de los casos se concentraran en dichos países. Sin embargo, lo que sí es menester estudiar es el rol detonante que pudo haber tenido la canción. Desde un punto de vista de la conducta humana, es sumamente valioso apoyarse  en el modelo del “Efecto Werther”, tomado de la novela del poeta, dramaturgo y científico alemán Johann Wolfgang von Goethe, publicada en 1774: “Las penas del joven Werther”, que narra las desventuras amorosas de un joven que termina, en medio del desespero, acabando con su propia vida. Se tiene conocimiento que luego de la publicación de la novela cientos de jóvenes imitaron el triste y aciago destino del protagonista. Desde esta perspectiva se pueden entender los patrones psicológicos que adopta la raza humana en ciertas condiciones adversas. En este sentido, es muy probable que domingo sombríoeclosionara en el momento y lugares indicados, y como en la novela de Goethe, la sociedad de la época, en especial los círculos susceptibles a la canción, encontrara en ésta la acompañante perfecta para acompasar su último viaje, rumbo al más allá. O dicho en otras palabras, se convirtió en un asunto de moda, o siendo aún más crudo, de esnobismo siniestro, taladrando en el inconsciente de aquellos desdichados que necesitaban de un catalizador que les diera las fuerzas necesarias para acabar con sus penas.

Así pues amigo lector, si usted se encuentra hundido en unos de esos abismos existenciales, anímese a escuchar la canción y pruébese a sí mismo. Pero eso sí, aléjese de la ventana más cercana. No sea que su oscuro poder le haga un guiño inesperado. De lo contrario, simplemente escuche con atención y tome sus propias conclusiones. Estoy seguro de que no le dejará indiferente.

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