Por:
Alejandro Botero Cárdenas
@alboca72

La secretaría de educación de Envigado como es costumbre, convocó a una reunión sobre convivencia escolar en la que participan todos los profesionales involucrados en la formación de los alumnos en el municipio.

En esta reunión se propone, evalúa y  da seguimiento a diferentes  estrategias que tienen como fin fortalecer el trato respetuoso y cordial en las instituciones educativas. Igualmente, es un espacio para reflexionar y compartir  experiencias que ayudan a todos los participantes a enriquecer el contenido de los  manuales de convivencia y fortalecer las estructuras de los comités de convivencia escolar de sus respectivos colegios.

La reunión avanza con los valiosos aportes de profesores, rectores y psicólogos. La gran mayoría de asistentes escuchan con atención y toman atenta nota en sus libretas de apuntes.

Eran si mal no recuerdo  las diez de la mañana cuando un señor de piel morena, apariencia de bonachón  y  de unos 50 años calculados a ojo de buen cubero, pide la palabra y comienza su intervención diciendo que estaba muy preocupado pues la semana anterior recibió una llamada telefónica en la cual una voz que no reconoció y se asemejaba  a la de un adolescente, lo insultó con una serie de improperios ensordecedores que lo llenaron de temor. Luego lo instó a renunciar a su cargo inmediatamente so pena de atenerse a las consecuencias.

El educador se presentó como el rector de un colegio de Envigado. Afirmó que era la primera vez que vivía una situación tan intimidante  y relató a sus colegas estar seguro de que el motivo de las amenazas tenía relación directa con los hechos ocurridos una semana antes, en la institución donde laboraba desde hace más de diez años.

Resulta que durante una clase de geografía, un profesor de grado décimo le decomisó una bolsa llena de chocolatinas a un alumno por sacarlas en clase y causar desorden. Los airados reclamos del alumno porque le devolvieran su paquete fueron infructuosos ante el irrefutable argumento de su docente quien sentenció que él obraba de acuerdo a las normas consignadas en el Manual de convivencia escolar y en uno de sus apartes reza que está prohibido sacar objetos en clase que distraigan e interrumpan el normal desarrollo de la misma.

El profesor, entre otras cosas de manera indelicada, dispuso de las golosinas que no eran de su propiedad, y empezó a regalarlas a los alumnos de otro grado que se destacaban por trabajar y comportarse bien en su clase.

Pasaron unos minutos, cuando de manera muy extraña, los alumnos que habían consumido las chocolatinas empezaron a presentar síntomas de malestar, vómito y mareo. El profesor notificó  el percance al director  y este le dijo que trajera las trajera a su oficina inmediatamente.

Revisaron una por una, las rasparon con una llave y notaron un contenido extraño en el interior. Después de un examen minucioso pudieron comprobar con asombro que el misterioso relleno de las chocolatinas era marihuana.

Ahora el director afrontaba un  triple dilema: dar la cara a las familias de los alumnos que resultaron intoxicados con un alucinógeno durante la jornada escolar, recibir amenazas de una red de venta de drogas que con seguridad ya estaba establecida en el colegio, y por último  estar en la obligación de denunciar ante las autoridades el tráfico de estupefacientes en la institución  educativa que se encuentra a su cargo y con el agravante de la amenaza telefónica.

Para terminar de complicar las cosas, el padre del alumno involucrado en el incidente, al ser citado para notificarle la situación, respondió que le mostraran una prueba donde comprobaran que su hijo era el dueño de las chocolatinas. Y si no había una evidencia contundente, entonces era él quien sería demandado por calumnia.

En el auditorio se encontraba una fiscal quien afirmó que estaba en la obligación de denunciar la situación ante las autoridades competentes. Sin embargo, un profesor habló sobre varios  casos que conocía de docentes amenazados, que declinaron las demandas pues los trámites eran muy engorrosos, no encontraron apoyo efectivo y terminaban por aconsejarle que lo mejor sería pedir traslado a otra institución.

En cuanto a la dificultad con el papá que amenazó con denunciarlo por calumnia ante la ausencia de una prueba contundente, se llegó a la conclusión que este es un tema recurrente en muchas familias actuales: la falta de credibilidad  de los padres de familia en los formadores, en cambio, justifican los errores de sus hijos y les evitan asumir las consecuencias de sus actos con honestidad y responsabilidad.

¿Cuál es el país que le queremos dejar a nuestros hijos?

Cada vez es más frecuente encontrar alumnos mediocres que creen merecerse todo y quieren obtener las cosas sin esfuerzo ni disciplina.

Padres de familia que no le exigen a sus hijos, les justifican sus errores y no apoyan a los profesores en su labor formativa.

Profesores que son  vistos por el gobierno como profesionales de segunda categoría, no se les valora ni se les da el lugar que les corresponde, teniendo en cuenta que desempeñan una labor importantísima  en la estructura de la sociedad, lo cual redunda en docentes desmotivados que ejercen su profesión con desgano y hasta resentimiento.

Si queremos tener un país más justo del que nos sintamos orgullosos y no reneguemos tanto, debemos empezar entre otras cosas, por darle a nuestros maestros la importancia que merecen. Son los docentes p fundamental en la responsabilidad de labrar el futuro de un país, pues no solo  imparten conocimientos y si no que también moldean conciencias. La labor formativa del docente se ha vuelto más relevante en la actualidad ante la ausencia de los padres en los hogares y su apatía por formar hijos con valores.

 Un país como el nuestro donde el gobierno no tiene ningún reparo en hacer continuos y jugosos  incrementos a las prestaciones y salarios de los congresistas corruptos para pagar favores políticos,  en cambio pone una cantidad de trabas y argumenta una cantidad de tontas excusas para mejorar las condiciones laborales de los maestros, es un país que seguirá condenado a la injusticia social y el subdesarrollo. Un país indolente donde los intereses de las minorías serán más importantes que los intereses colectivos. Un país donde paga más ser un lagarto que pasa por encima de los demás para alcanzar los objetivos, que ser un trabajador honesto, dedicado y abnegado, así como es la loable y admirable profesión de un maestro.