¡El mejor año del resto de nuestras vidas!

El doblar de las campanas con su eco embriagador, los abrazos eternos, la música que toca el alma, los brindis emotivos, sin fin, las lágrimas de satisfacción, pero también de honda nostalgia, el muñeco de trapo y ropa vieja en brasas cual símbolo de expiación y cambio, las uvas para la buena suerte, las lentejas en los bolsillos, la vuelta a la manzana con la maleta a cuestas.


Por Juan Fernando Pachón Botero
@JuanFernandoPa5

El año vence sus términos, dejando tras de sí una estela de alegrías y tristezas, que surcan raudas como ráfagas por nuestra mente: las manecillas del reloj marcan las doce. Se cumple entonces un ciclo vital, el triunfo del Sol Invicto sobre la oscuridad, y empieza un nuevo camino, el periplo desde cero. Aunque, en honor a la verdad, todo aquello no es más que un eufemismo, una ingeniosa convención inventada por antiguas civilizaciones, dada su especial manera de interpretar el movimiento de los astros, pues en realidad el curso de una vida, el tiempo per se, siempre viaja a un ritmo constante e irrefrenable: un flujo continuo, un incesante discurrir, una larga y azarosa cruzada de dichas y avatares, la bella metáfora del río que pensó Heráclito, el arbitrario devenir. Así, nosotros sólo hemos inventado una manera pragmática y ordenada de sistematizar, digamos en intervalos regulares, nuestra ruta de viaje a través del mar de la existencia.

Pero en cualquier caso, cada año calendario, entendido como un periodo de tiempo inmutable, además de fácilmente medible, suele ser una herramienta valiosa en aras de evaluar nuestra eficiencia a la hora de ver concretados los anhelos más secretos, las metas trazadas, los objetivos propuestos, los proyectos acometidos. En tal sentido, siempre habrá margen para medrar, para implementar planes de mejora, para propiciar la excelencia, para hallar la solución prodigiosa, para gritar eureka y solazarnos por el tesoro encontrado. La clave, luego, está en no dejar apagar la esperanza, en mitigar en algo las desventuras, armados de un optimismo a prueba de fuego, en mirar hacia adelante imbuidos de una fuerza interior poderosa, inexpugnable, hecha del material más duro y resistente. Ya luego vendrá el tiempo para mirar hacia atrás y henchirnos de orgullo una vez conquistadas las cumbres más escarpadas, los riscos más pedregosos. Obvio que no es tarea para nada sencilla, pero al menos hay que intentarlo, que no quede en meras palabras bonitas, en un canto a la nada.

Así pues, si este año no fue posible rebajar esos kilos de más que tanto odia, pues que el año venidero sea la oportunidad perfecta para poner a prueba su disciplina: que el despertador se convierta en su aliado y no en un artilugio demoniaco que osa robarle el sueño, que no mengüe el brillo en sus ojos al verse en el espejo, que la báscula no tenga que mentir. Y si quiere aprender una lengua extranjera, pues entonces ármese de constancia y domine el inglés y hasta el mandarín si es menester. Y si quiere robustecer su hoja de vida con algún estudio superior, pues hágalo de una vez por todas, y láncese de lleno a los brazos del conocimiento. No más excusas estériles, no más vanas intenciones. Y si apenas pudo leerse un libro, y a regañadientes, pues haga de la lectura un delicioso placer, una cita íntima de cada noche. Y si desea practicar algún deporte, no importa cuán torpe y descoordinado sea, pues póngase los tenis y la playera y descubra ese atleta oculto bajo su piel. Y si pretende llevar a cabo un emprendimiento, de acuerdo al tamaño de sus ambiciones, pues empléese bien a fondo y haga todo lo que esté a su alcance para llegar a buen puerto. ¿O qué tal un destino exótico a una isla de ensueño, un nuevo saber, un arte por explorar, aprender a conducir, a bailar como John Travolta en Grease, a cocinar como un chef? El límite lo establece su mente.

No procrastine más, ¡oh deporte nacional!, no deje todo para el próximo año, y el próximo, y el de más allá, que sea éste el año señalado para empezar a hacer todo lo que ha venido acumulando en la bodega de las empresas fallidas, las ilusiones abortadas. Emancípese del pesado yugo que ejercen la desidia y la pereza, madre de todos los vicios, sobre su ser. No deje que sus buenos propósitos se desvanezcan en la patria del olvido. Ármese de tesón y férrea voluntad, en pro de cumplir sus sueños más inverosímiles, sus quimeras y utopías más lejanas. Que sea éste, el que viene, un año vibrante, inspirador, colmado de éxitos y logros inéditos, sin par, un año digno del recuerdo, ¡el mejor año del resto de nuestras vidas!, no importa la fecha en que lea esto, repítalo cual si fuera un mantra sin fecha de caducidad, atemporal, interiorícelo con sincero convencimiento: el AÑO, con mayúsculas y en negrilla.