Por Germán Mejía Vallejo
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@GermanMejiaV

Cuando era un párvulo, lo recuerdo muy bien, los concursos de esta índole paralizaban al país. Era, algo así, como una final de fútbol entre equipos rivales antioqueños, de los cuales desconozco absolutamente todo, ¡afortunadamente!

Lo que sí sé, es que eso era algo apoteósico; la gente se reunía en sus casas a gritar y hacer fuerza por su candidata y era una fiesta, más que de la belleza, de la región.

Las mujeres, por su parte, no pensaban en este certamen como la oportunidad para conseguir un trabajo como presentadora ni mucho menos para que, sin estudio alguno, el Día del Periodista, fueran felicitadas un año después de salir de La Ciudad Amurallada, por ser la presentadora de cuanto programa de farándula existiera.

Esas mujeres eran naturales, realmente bellas y cuidadosas de su imagen pública. Era algo bonito, ostentoso, sí, pero glamuroso y especialmente sofisticado.

Hoy, y con todo lo permeado que anda el mundo por la belleza a como dé lugar, con todo lo que la publicidad ha hecho en nosotros, y con las mil y una cosas que nos vende la televisión y los medios en general, este evento es, a mi modo de ver, una porquería.

Las mujeres crecen queriendo ser reinas, pues ven en la belleza física la herramienta para figurar, para conseguir esposo empresario o accionista de canales nacionales, que las mantenga y les posibilite una vida paga con culto al cuerpo, viviendo bien, sin trabajar ni estudiar, la gran mayoría de las veces.

Las mujeres, hoy por hoy, ya no piden al Niño Dios juguetes ni muñecas; ya piden ropa, equipos de gimnasio o cirugías estéticas, para empezar, aún siendo niñas, a conservarse y engrosar las filas de mujeres cuadriculadas y armadas por cuanto cirujano o Marlón Becerra encuentran a su paso, dejándolas como un molde que se clona, año tras año, y que no varía en su actitud, su palabrería y su objetivo: salir de ahí y catapultarse a la fama, que, según ellas, solo la encuentran en escándalos, dinero, modelaje y en presentación de farándula.

Muy a mi pesar, las mujeres ya no son bellas naturalmente, sino a punta de escalpelos costosísimos. Ya no son “clasudas” naturalmente, sino el resultado de excéntricos pagos a preparadores que les enseña a caminar, a vestir, a comer y hablar, aunque, muchas veces, lo hacen tan mal que no les explican que primero hay que adelgazar la ignorancia, antes que su enclenque figura, porque podrán ser lindas, pero no las pongan a entablar una charla culta, ahí sí, casi todas, deben buscar escondite de a peso.

Esto ya es una mafia, una apuesta a la familia más adinerada; ya solo hay intereses y “realities” previos a su llegada, donde le sacan millones a los ciudadanos de a pie, para volver a una mujer del común, en una representante de la cirugía, perdón, de la “belleza colombiana”.

Lo de hoy, con la señorita Huila, no es una sorpresa para mí, es una más de las consecuencias de querer adelantar las etapas de la vida, pues, recuerdo yo, las reinas o aspirantes a ello, eran mujeres de 25 años, como mínimo, pero hoy, las candidatas, fácilmente pueden tener 18 años, y ¡eso que desde lustros atrás las están preparando para sonreír por horas!

El concurso actualmente, más que de belleza, es una pasarela para mostrar el papel de una mujer mancillada por la sociedad, es la apuesta para vender un cuerpo y catapultar a un diseñador, cirujano, maquillador, patrocinador o cantante, en fin, todo, menos la belleza colombiana. Porque, en un país donde todos son expertos, hay plata para todo, menos para lo realmente importante.

Ojalá que algún día las reinas empezaran a prepararse desde niñas, pero no en cuestiones de belleza, sino en cultura general, en hábitos sanos de alimentación y en manejar una vida sin escándalos, pero, sobretodo, que les enseñen que un reinado no es la salida a la ignorancia, el anonimato y la pobreza, sino una oportunidad para exhibir las riquezas étnicas de un país pluricultural como el nuestro, a través de la belleza de la mujer colombiana, que fue parida en 32 regiones diversas, donde nacen bellezas de ojos azules, negros, miel, verdes, que las hay “ojirrasgadas», también monas, negras y mulatas, y que tienen en sí, la idiosincrasia de una región a cuestas, caminando por una pasarela, mas no el billete de una familia y la ópera prima de un cirujano, sobre unos 18 centímetros de tacón.

Hay que leer, estudiar y ser más que oropel, pues la belleza, como la corona, se quita rápidamente, pero lo aprendido y la clase real, no impostada, no se van con el paso de los años.
Ahora, si Nelson Mandela fundó el reinado de belleza, seguramente Raimundo Angulo fundó el Derecho Internacional Humanitario, la equidad y la paz.

Más reinas de la inteligencia y la naturalidad, menos reinas de belleza, hechas a mano y esculpidas con dinero.