Manual para Donjuanes primerizos
Por: Juan Fernando Pachón Botero

@elmagopoeta

“¡Vive l’amour!”, dice Pepe Le Pew, el apestoso y enardecido zorrillo (dibujo animado de la Warner Brothers) con alma de vate francés, quien, en rapto de lujuria y pasión, le implora uno y mil besos a Penélope, la escurridiza gatita que nunca cede a sus galanteos de grueso calibre. Y es que el amor es el combustible que le da sentido a nuestras vidas.

Hay amores que sanan, otros que duelen; unos que saben a mousse de chocolate belga, otros a excremento de perro enfermo. El amor no sólo es elevada poesía, también es drama descarnado y honda melancolía. Es una expresión universal que supera nuestra voluntad. Puede ser éxtasis encendido o infértil vacío; fiesta pagana o misa solemne; tragedia griega o danza gitana; océano tormentoso o manso arroyo. Se manifiesta de diversas y extrañas maneras; a veces clandestino, veleidoso, fugaz, rabioso. Cabalga por nuestra existencia dejando su huella, en muchos casos imborrable, eterna. Para bien o para mal nunca se torna indiferente; viene imbuido de un toque de traviesa locura que suele embriagar el alma, ya sea en tono dramático o desenfadado. Forma parte vital de nuestro legado genético como especie. Es la sal de la vida, el eje común a muchas de nuestras metas; inmediatas o a largo plazo. No todos los caminos que conducen al amor son de rosas; también pueden ser azotados por vientos agrestes e indómitos. Así pues, Pedro Abelardo, “le philosophe castrat”, y Eloisa, su irreverente y adelantada alumna, retaron a la mojigata sociedad de su época (Francia, Siglo XI), dado su ruidoso y tórrido romance, y el primero, tan buen teólogo como amante, pagó un elevado impuesto por su osadía, hipotecando una parte esencial de su anatomía, pues le fue mutilada su dote de semental parisino, por culpa del tío celoso y sobreprotector de la bella beneficiaria; Bonnie y Clyde fueron amantes icónicos, de imagen glamorosa, esbelta silueta y pistola humeante en mano, que repartieron su convulsa y corta vida entre cinematográficos robos, persecuciones frenéticas y maratones sexuales; Hitler y Eva Braun celebraron uno de los matrimonios más efímeros de la historia (¡luego de un noviazgo de casi diez años!), pues al siguiente día de la boda se suicidaron, a plomo y cianuro, no se sabe si por la inminente derrota a mano de los aliados o por problemas maritales en su primera noche; doña Florinda y el profesor Jirafales nunca expresaron su empalagoso amor en público, pero no me quiero ni imaginar la suerte de los muebles, a la hora en que Kiko salía a jugar con el Chavo. Pero ya basta de los amores de novela; llegó la temporada de los amores veraniegos, menos pretenciosos y trascendentales, y en particular lo que compete a esa primera cita entre inquietos adolescentes, fuente de picarescas evocaciones. Veamos la ruta…

Empecemos con un “Romeo” enamorado cualquiera: Un hombrecito de incipiente bigote y piel aceitosa, que recién sale del baño, se posa frente a su longilínea y magra figura. Espejito, espejito, dime quién es el machote más musculoso e irresistible de toda la comarca y sus alrededores, parece querer preguntarle al inerte cristal, que le responde de cruda y contundente manera a través de su reflejo, enseñando a un escuálido colegial con ínfulas de adonis mitológico y hormonas en plena etapa de ebullición… “Bueno, está bien”, piensa en tono optimista, “un peinado sofisticado y una nutrida capa de gel lo arreglará todo”. Y así pasa una larga jornada frente al espejo, tratando de encontrar el mejor ángulo y la sonrisa más sensual y cautivadora. Pero luego de tan extenuante ejercicio varonil, continúa sin encontrar solución al asunto de belleza… Entonces la moda acude a su rescate, cual heraldo de la semana de Milán: camisetas llamativas de exóticos estampados, ajustados pantalones tipo pitillo que se descuelgan casi hasta la ingle, gafas oscuras para uso nocturno, y zapatillas con cámara de aire, cual émulo de Michael Jordan, aguardan a ser usufructuadas por el galán en ciernes. “Vamos campeón, tú puedes”, musita el nervioso efebo, mientras se aplica la colonia de su venerable padre. Sale de su casa con la fe del hincha fiel, digamos del Deportivo Tapitas para no herir susceptibilidades, y con su ego inflado hasta las nubes. Va para su primera cita con la chica de sus sueños y no hay quien le ataje.

…Y mientras tanto, en otro punto geográfico de la ciudad: Una simpática señorita ya completa varias horas encerrada en su reino mágico, su sagrada habitación, aún con vestigios de muñecas de trapo y cojines rosas. Camina de un lado para otro cual cervatilla en cautiverio, maniobrando un secador de pelo que promete erigir un fastuoso monumento en su cabello. El reloj avanza en su tic tac y la jovencita aún yace fiel ante su tocador, experimentando en la ciencia milenaria del maquillaje y el color. Mezcla con precisión matemática tonos color pastel con atrevidas notas carmesí. Sin embargo, aún no consigue verse bella, al menos en la magnitud que ella espera. El tiempo sigue corriendo, y todavía falta el evento crucial del importante ritual de belleza en curso: la escogencia del vestuario. Se lo prueba tantas veces como posibles combinaciones existen, pero no logra conciliarse con su otro yo. Una bufanda rosa por aquí, un leggins lila por acá; un cinturón dorado por aquí, unas botas de cuero por acá; una blusa verde limón por aquí, un suéter negro por acá. Y después de intensos debates consigo misma logra encontrar el maridaje perfecto entre una montaña de ropa, ése que le dará el toque de excelencia y elegancia juvenil. Luego se baña en perfume de dulce aroma, echa un último vistazo a su íntimo amigo, el espejo, y recibe una cátedra improvisada de buenas maneras y sanas costumbres de parte de sus progenitores, quienes esperan con mirada inquisidora al “patán” que osa arrebatarle a su hijita de las manos.

Ya pasada la feria de las vanidades, que empiecen las peripecias juveniles: El aspirante a novio se acerca, temeroso y pálido, a la morada de su nueva conquista. Toca el timbre y mira al cielo, como suplicando bondad a su dios. La puerta se abre con algo de suspenso. Que digo puerta, parece un portal a una dimensión desconocida. El mundo se detiene, como si la Tierra hubiese dejado de rotar. El asustado mocoso contiene la respiración y saluda con timidez a los inquietos padres de la cortejada, quien deja escapar una coqueta sonrisa, que tiende a suavizar la embarazosa situación. Ya superada la primera prueba de fuego, ambos se despiden ante la actitud vigilante de los padres. La joven pareja toma un taxi y se dirige a la sala de cine más próxima a ver una de esas películas de vampiros metrosexuales, que de seguro harán revolcar en su ataúd al mismísimo Drácula. En fin, la película en sí es lo de menos, pues allí, en medio de la alcahueta oscuridad y la esponjosa silletería, es más importante, aun, “el reto de las manitas entrecruzadas”, momento coyuntural de la cita. Primero se deja venir una leve caricia, a modo de accidente, el cual tiende a repetirse periódicamente hasta que se sella en un discreto apretón de manos. En caso contrario, a disfrutar del séptimo arte bien juiciosos. Pero si el truco de la mano prospera, se puede escalar a la siguiente etapa: esperar con suma atención la escena donde el protagonista de la película es atacado por un siniestro hombre lobo o un zombi del espacio, pues es ahí donde el espíritu de “Tarzán” redentor debe aflorar, brindando un caluroso abrazo de consuelo a la aterrorizada doncella. Ya en este punto, depende de la habilidad de nuestro “Casanova” en gestación para perpetuar el abrazo por el resto de la función, pues no se sabe cuándo pueda volver a salir de la nada un horrible espanto que ni les cuento. La cuestión se está poniendo como interesante, pero aún es temprano como para intentar ese primer beso. A no ser que la susodicha opine lo contrario, y en este caso, pues labios a la obra. ¡A lo que vinimos! Ya lo dicen las señoras que rezan el rosario: “el hombre propone y la mujer dispone”, aunque en estos cambios de milenio los papeles se están invirtiendo a un ritmo vertiginoso, por no decir escandaloso. Pero como este relato lo expresa un devoto representante de los Ochentas, entonces pensemos a la vieja usanza. Así pues, por ahora nada de besitos ni otros asunticos; sólo manitos entrelazadas, palomitas de maíz, y uno que otro suspirito.

Superado el escollo del cine, y de los deseos reprimidos, lo que la sabiduría popular ha bautizado como “dolor de novio”, sigue el acto del helado (la malteada de los gringos en su versión latinoamericana), para apagar ese fuego interior que quema las entrañas. O en acento menos poético: para rebajar los elevados niveles de testosterona en el varón, y de estrógenos y progesterona en su acompañante. Es este otro momento clave en la construcción de la nueva relación. Si soplan vientos favorables es muy factible que ella le ofrezca, de su propia mano, un poco de helado, como una señal inequívoca de que está dispuesta a intercambiar bacterias con el caballero. Algunas arrojadas hasta se dan licencia de untar, juguetonamente, trazos delicados de crema chantilly en la nariz de su par masculino, escena que a mí en lo particular me parece de lo más cursi y zalamero, pero para los gustos se hicieron los colores, … y las cremas chantilly. En cualquier caso, si se ha llegado a este nivel de romanticismo y complicidad, todo está servido sobre la mesa para una velada muy satisfactoria.

…Y luego del helado, bienvenida sea la comida “porno”, que suele ser designada por su nombre eufemístico: comida rápida; generosa en calorías, sodio, carbohidratos y ácidos grasos trans, entre las que sobresalen, por su escaso valor nutricional y delicioso sabor: la pizza, la hamburguesa, el perro caliente, los tacos mexicanos, las salchipapas coronadas con huevos de codorniz y salsa rosada. Nótese que no aparece en el menú: ni salmón rojo a las finas hierbas, ni caviar de Andalucía, ni jamón ibérico, ni Cabernet Sauvignon, cosecha de 1941, pues recuerden que estamos hablando de una aventura entre tiernos retoños, donde el dinero brilla por su ausencia, y la elegancia también. No obstante, cabe anotar que esta humilde cortesía gastronómica representa un esfuerzo económico mayúsculo para quien invita, que en la mayoría de los casos viene a ser el hombre (¡pobrecito!), gracias a ese machismo tan arraigado que ha hecho curso en nuestras sociedades. Aunque haciendo honor a la verdad, esta práctica también se ha ido refinando conforme avanzan los tiempos modernos de igualdad sexual. Pero mejor volvamos a la narrativa de la vieja escuela, de cuyas aguas bebo. Así las cosas, toda la mesada se destina para ser gastada (invertida, dirán algunos doctores capitalistas) en una sola tarde-noche, donde cualquier cambio súbito de planes, como ir a jugar a los bolos, optar por un plato de nombre impronunciable, o regalarle a la damisela de turno el último trabajo discográfico del maestro Maluma, pondría en serias dificultades al neófito pretendiente, cuyo bolsillo no aguanta tanto voltaje. Y retomando las delicias de la baja cocina, aquí también hay que tener el ojo muy bien entrenado, para identificar la naturaleza de la futura amada y así poder desvelar sus futuras intenciones. Y que El Altísimo nos libre de aquellas insensatas que piden doble porción de carne para su hamburguesa, con adición de tocineta ahumada en salsa inglesa y selectos trozos de chorizo colorado. ¿Acaso no se darán cuenta de que cualquier pequeña desviación en el itinerario de conquista significa un duro golpe a las arcas franciscanas del conquistador?, so pena de tener que improvisar, durante semanas que se vuelven siglos, una media mañana escolar a base de sándwich de huevo cocido, hecho con amor de madre, minisigüi casero y chocolate frío, empacado en un viejo tarro de Milanta, pues no ha quedado dinero ni siquiera para comprar un mísero mango biche a la salida de clases, si acaso para una “solterita” fiada. ¡Qué soberana pobreza! Y ay de aquellas que se antojen de otra hamburguesa doble carne y doble queso, dizque para llevarle a una tía que anda de cumpleaños. ¡Aléjate de mí, Satanás! En este sentido, una manera práctica de minimizar los riesgos monetarios, es estudiar de antemano el calendario comercial del mes de nuestro interés, para identificar las promociones del mercado y hacer coincidir la cita según convenga, como por ejemplo el día del “dos por uno” o “pague dos y lleve tres” o “la dama entra gratis”. Y si la situación financiera es harto apremiante, al borde del saldo rojo, pues toca cargar en la billetera los cupones de descuentos del directorio telefónico. ¿Quién dijo pena?

Ya con el estómago lleno, y el corazón contento (eso espero mis estimados pupilos), entramos a la fase más importante de la noche: “la operación despedida…y algo más”. Es de suponer que para llegar a esta instancia definitiva con alguna posibilidad de gritar gol a todo pulmón es vital haber sorteado con cierta solvencia las pruebas anteriores. Aunque hay algunos cracks mundialistas que se anotan de entrada uno de chilena. ¡O melhor do mundo! Pero partamos de la base de que aún no ha sucedido nada digno de contar, para que la historia tenga más condimento. Además, estamos hablando de la primera cita entre párvulos inocentes, puros y castos, que a duras penas si saben quién es el niño dios. ¡Sí, cómo no, vayan con ese manto a misa!, diría mi abuelita después de echarse la bendición y aventarse dos Padrenuestros y tres Avemarías. En fin. Ahora sí. Llegó la hora “cuchicuchesca”, la hora “chimengüenchona”, donde hasta a los más guapos se les aflojan las piernas. ¡Ayayay! Ya falta poco para llegar al punto de no retorno, al todo o nada, al clímax de la noche (no en el sentido que ustedes se están imaginando, no sean tan avanzados), donde están depositadas todas las esperanzas, … y los ahorros del mes. Así el panorama, los latidos se incrementan a ritmo furioso. Las manos expelen un sudor helado. Un silencio incómodo. Una tensa calma. Una rara sensación. Pero ya las cartas están jugadas. Ahora bien, si la caminata se sazona con un cálido agarrón de manos, pues no hay mucho de qué preocuparse. Pero si, por el contrario, cada quien va por su lado, como cualquier Pedro y cualquier Juana, hay que replantear muy seriamente la posibilidad de posponer el tan ansiado golpe de labios. Aunque no hay que descartar que la chica esté empleando la ancestral táctica de hacerse la muy difícil, la muy exclusiva, la cumbre más empinada, la octava maravilla, la última empanada de la bandeja. He ahí la sagacidad del imberbe “Chayanne” para leer entre líneas y descifrar el delicioso juego. “Ya llegamos”, dice ella en tono nervioso. “Ah carajo”, piensa él en estado de pánico. Y es aquí donde se tejen las grandes historias, pues si ambos consiguen atravesarse con sus miradas, con ese brillo áureo en sus ojos, entonces estamos ante el primer beso oficial de los enamorados. ¡¡¡GOLAZO!!! Y no entro en más detalles, por el respeto a la intimidad que se merece la lozana y acalorada pareja. Además, recién retumba un estruendoso alarido de señora cincuentona desde una ventana: “se me entra ya mismo culicagada “casquisuelta” y desvergonzada, que su papá y yo tenemos que hablar muy seriamente con usted”.